sábado, 28 de febrero de 2009

Calzada romana de Irús


Los romanos invadieron la Península Ibérica ­Hispania, como ellos la llamaron­ en el año 218 antes de Cristo, y su dominio imperial directo duró hasta el 411 de nuestra era. Fue más de medio milenio de romanización, que exigió la construcción de una red de carreteras o calzadas de vocación comercial, económica y militar.
Una de las vías más importantes comunicaba Astorga, en León, con Burdeos, atravesando los Pirineos por el actual Roncesvalles. Un ramal de esa vía principal se desviaba desde Herrera de Pisuerga (en latín, Pisorica), en tierras palentinas, para dirigirse a Reinosa, donde se ubicaba la ciudad romana de Juliobriga. Desde ésta bajaba al valle de Mena, Balmaseda, Avellaneda y, finalmente, el puerto de Flaviobriga, la actual Castro Urdiales, atravesando la tierra de los autrigones.
Nuestro paseo comienza en el pueblo de Irús, junto a su iglesia fortificada. La calzada se conserva en perfecto estado en algunos de sus tramos y va paralela al río de la Hijuela. Presenta robustos muros de contención en los márgenes y un firme con más de cuatro metros de anchura, adoquinado y con un cordón central longitudinal de piedras. Los linderos de la calzada están formados por espesos setos, con avellanos, madreselvas, que florecen al principio del verano y aroman el camino, y cerezos, cuyos frutos sirven de alimento a los pájaros y también a los zorros, capaces de subir hábilmente a la copa. Sus cachorros, los zorreznos, están saliendo de sus madrigueras al comenzar el estío, y no es difícil descubrir por sorpresa sus juegos y carreras.
Figura de corazón

El verano anuncia la plenitud de la vida y, en el río, las libélulas y caballitos del diablo emergen de las aguas para conquistar la vida aérea. Estos odonatos presentan colores vivos y brillantes, dos pares de alas transparentes y grandes ojos compuestos. Al copular en alguna ramilla, macho y hembra forman una simbólica figura de corazón.
El camino va paralelo al río, sin pérdida, y atravesamos dos alambradas. En un recodo, donde el cauce tuerce hacia la izquierda, nos sorprende la espesura forestal de los encinares, que conviven con el hayedo. Pronto el río se despeña en dos bellas cascadas con pozas cristalinas. Esas aguas carbonatadas forman depósitos calcáreos que, junto con los musgos y otras plantas, dan lugar a la piedra de toba. En las pozas abundan unos pececillos de cuerpo plateado llamados piscardos o chipas (Phoxinus phoxinus). Se trata de una especie bastante asociativa, que nada en grupos más o menos numerosos. Se alimentan de pequeños invertebrados fluviales, como los tricópteros o canutillos que vemos en el lecho del río.
Al acercanos a Arceo, final de la caminata, se abre la vista a los pastizales lozanos. Entre San Juan y San Pedro ha florecido la hierba de San Juan, de flores amarillas, símbolo solar, que, como otras plantas, se debe recoger ahora. Ya lo dice el refrán: mañanicas de San Juan, mozas, vámonos a coger rosas. Llegados a Arceo, volvemos por el mismo camino.


elcorreodigital 13.06.07

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